Tres minutos sin el mundo: el día que se encontró a sí misma

Una pausa para contemplar

Estaba sentada en una esquina de la cocina de su casa. Sentía en sus mejillas un rayo de luz que batallaba con una nube que intentaba cubrirlo. —Sonrió—. Le parecía maravilloso poder contemplar y sentir en su rostro aquel movimiento natural. No quiso ver quién ganó la batalla entre la luz y la nube, pero un par de horas más tarde, cuando salió rumbo a su trabajo, el cielo parecía anunciar el atardecer, aunque aún era de mañana.

Era la primera vez en años que se detenía a sentir un instante sin pensar en nada ni en nadie. Solo ella y su entorno. Parecía magia. “Somos sintientes”, pensó. Aquel pensamiento le pareció tonto al principio, pero una leve reflexión mientras conducía y desayunaba al mismo tiempo la hizo caer en cuenta de que lo extraño era precisamente esa tranquilidad que le había regalado la primera hora del día.

Los pájaros cantaban, una ardilla corrió intentando no dejarse ver, una araña aterrizó en su hombro, y el aire levantó una hoja del suelo, la arrastró y le dio una vida cuyo destino no pudo ver. Todo ocurrió con la sencillez de lo genuino y natural, cosas que pocas veces se detenía a mirar.

Solo tres minutos le había robado a la costumbre de revisar su teléfono al despertarse: uno para poner el café, otro para mirar alrededor, y uno más para tomarlo mientras observaba por aquella ventana. Era un aire veraniego con un ligero olor a lluvia.

Una ducha tibia. Los minutos de la mañana pasaban rápido. Se detuvo en el semáforo que siempre le parecía eterno; pero ese día se le hizo corto, cuando pensó en hacer una foto del paisaje que la rodeaba y que nunca antes había apreciado. Pensó:
—¿En qué momento creció tanto ese bosque?
Y agregó en voz baja:
—Recuerdo muy claramente cuando reforestamos esa zona. Fue nuestro proyecto escolar durante todo el bachillerato.

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Una pausa para encontrarse

Antes de bajarse del carro y comenzar su jornada laboral, bajó el espejo del conductor. Se miró. Vio en su rostro el paso del tiempo y enfocó la atención en sus ojos. No se encontró. Había pasado cada día frente a ese espejo, muchas veces, sin notar que se ausentaba el ser. Se le aguaron los ojos, y lloró.

¿Qué esperaba de la vida? Habían pasado tantos años que no recordaba en qué momento perdió su propio rastro. No tenía tiempo para pensar en ello… sin embargo, lo hizo durante todo el día.

Las preocupaciones y pensamientos de la vida diaria pasaron a un segundo plano: eran solo una melodía de fondo que aportaba dramatismo a todo lo que pasaba por su mente.

Su juventud la había entregado a hacer felices a los demás, su amor a alguien más… y en toda su vida, nunca había estado para sí misma. Tampoco había entendido eso de que en su mirada se reconocía un buen corazón.

Recordó sus días de llanto y sensibilidad inexplicable. Su corazón, sin saber cómo, pasó a la gratitud de tener ahora la oportunidad de buscarse.

¿Alguna vez te has detenido de verdad a sentirte? Cuéntamelo en los comentarios o comparte este texto con alguien que necesite una pausa.

2 comentarios

  1. Angee

    A veces vamos tan rápido, que olvidamos el ahora, que es lo único que tenemos. Como siempre, que texto más lindo.

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