Reflexiones sobre racismo, desigualdad y resistencia en tierra extranjera
Y entonces, una vez más, se sintió vulnerable. No había salido de aquel lugar que siempre comparó con las pequeñas jaulas que vendían para hámster: daban vueltas una y otra vez por sus pasillos, donde los segundos parecen minutos y las semanas meses. Se prometió que no volvería; las promesas se cumplen. Recuérdalo, se dijo a sí misma.
Después de días difíciles, caminaba con los hombros tensos y, sobre todo, vivía los días más amargos de esa temporada de vida. Se sentía irritable; su silencio era un poco ruidoso e inconforme. Había reflexionado mucho sobre cómo nos ven los otros.
Aunque sabe que no es inferior a nadie y que, como persona, nadie es superior, le parece utópico pensar en un mundo de perfecto equilibrio para una inmigrante. Un discurso también da vueltas en su cabeza: ¿Qué pasa cuando eres la inmigrante que trabaja para inmigrantes, en una sociedad que se siente superior? Te das cuenta de que la sociedad hiperconectada y globalizada sigue siendo la misma: el racismo es real, normalizado e incluso pasamos a reírnos de los malos chistes que deberían indignarnos.
Te hacen creer que no estás en condiciones ni siquiera para desear algo mejor. Al menos, los deseos se hacen en silencio porque pedir parece mucho. Estamos en lo más bajo de una escalera que aparenta no existir y ¿como subes si no hay peldaños? Aun así, parece un privilegio estar en uno.
Cuando cruzas la frontera, sabes que asumes un nuevo rol, lejos de los tuyos y de lo que conocías como vida. ¿A conciencia? ¡Quizás!
Con el tiempo, te olvidas de los «buenos días» porque no te los mereces; te olvidas del «por favor» porque estás aquí para servirme; pasas de los «gracias» porque más faltaría tener que agradecer por hacer algo que es tu deber. Se te olvida ser persona o a ellos se les olvida que eres persona.
Pásame, búscame, cógeme, llévame, bájame, córtame… Uno tras otro, durante casi una cuarta parte de nuestro tiempo para quienes tenemos esa «fortuna».
Admites tu inferioridad cuando aceptas esas malas condiciones. Nosotros lo hacemos así: tendrás que trabajar más de cincuenta horas, pero te cotizamos veinticinco. Cuando cumplas un año trabajando con nosotros, tienes derecho a tus vacaciones: dos semanas, pero me firmas por un mes. No te puedes enfermar porque se te descontará el día y, mucho menos, tendrás asuntos propios porque tú no tienes asuntos. Tu salario llegará por tanto, ingresará a tu cuenta, pero tendrás que devolverme en efectivo una parte, porque así trabajamos nosotros. No, yo no soy tonta por aceptarlas, he firmado la renuncia de mis derechos. ¿A conciencia? – Con necesidad.
Por eso hay que estudiar, dicen. Y aunque tengan razón, ¿por no estudiar tengo que condenarme a trabajar toda la vida en condiciones como estas? Supérate para que puedas exigir o devuélvete a tu país, panchita. Porque sí, aquí nos llaman «panchos» a los latinos, y he visto cientos de veces cómo los adultos les dicen a los niños: Mira este panchito, para referirse a personas, figuras o juguetes con características de personas mestizas e indígenas.
Aunque sea positiva, aquí la ley de probabilidades se reduce porque tú eres la inmigrante y yo soy superior… No, en este país cuando te abren las puertas deberían valorar tus talentos, tus capacidades, revisar tu curriculum o simplemente darte la oportunidad, porque, si no, terminas como yo, escapando de la jaula y volviendo por la puerta, aceptando una vez más la miseria por necesidad.
Aun así, mi vida puede ser el sueño de muchos, porque claro soy una inmigrante regular y solo con documentos ya estoy ganada, lo que se resume en, bueno, escribes para desahogar porque renunciar a veces puede ser un lujo, que no puedes permitirte.
Que impresionante leerte, definitivamente cada experiencia migratoria es distinta, con todos los retos, desafíos y hasta violencia, pero claro que también con la culpa de no agradecer tan maravillosa oportunidad. Te abrazo 🫂, de inmigrante a inmigrante🥹
Cami muchas gracias por leerme, también es verdad que la cuestión a veces es de épocas difíciles. Migrar también nos ha traído muchas cosas bonitas a nuestra vida.