La vida en una esquina

La vida en una esquina

Mirar al cielo, contar los segundos, escuchar la canción que suena en los audífonos, sentir la vida.

Una mujer en embarazo espera en el semáforo izquierdo.
Una mujer con un coche y un bebé dormido, arropado con una manta, cruza a mi lado, y una pareja de abuelos sostiene una sombrilla adelante.
Cruzamos juntos el semáforo central, el más transitado, en el que los últimos pasos siempre son corriendo porque quedas a medias.

Sentí la vida rodeándome en quince segundos: todos con destinos diferentes, con afanes distintos.
Aunque los abuelos llevaran prisa, su andar era lento y los coches debían esperar.
El aire se quedó en el intento de arrebatar más que las hojas de los árboles que bordean las calles.
Se colaron carcajadas a mi lado: un grupo de amigos de camino al instituto.
Ese día disfruté de la dicha de poder contemplar el camino.

Era el amanecer, y a lo lejos se veía el sol naranja colándose entre los edificios.
No sé a dónde iban aquellas siluetas ni tampoco en qué momento se perdieron entre la gente, las calles, los semáforos; la ciudad.
Pero sus andares se guardaron en mi memoria como pasos dados incluso antes de nacer.
La nostalgia de un pasado que a veces ni recuerdo, pero sé que he vivido.
La ansiedad de un futuro soñado y el camino que marca el ritmo.

La vida no se paró a que la contemplara; me dejó sentirla, añorarla y fluyó con el aire o, quizás, con el subir del sol.
Estaba despierta, pero fue tan corto que se sintió como un sueño.
Supongo que hay pequeños milagros en la rutina.

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