Una ventana y la realidad

Una ventana y la realidad
Juicios y lecciones aprendidas

A través de la ventana del autobús miraba el sol brillar con tanta fuerza que parecía calentar a quienes recibían sus rayitos.  Allí dentro, muchos nos habíamos quitado la chaqueta. Las manos en los bolsillos, el vaho al hablar, los cuerpos encorvados entre las calles, me recordaron las muchas veces que he juzgado y las muchas veces que he vulnerado sin ser yo quien camine bajo ese sol que solo brilla y hace el día bonito.  

Recordé que mis pensamientos y mi boca lastimaron bajo un auto derecho dado; y justificado con el pretexto de la inseguridad, que realmente nunca debieron ni siquiera aterrizar en la mente. 

No era mi amiga, pero si era una compañera de clase, ya habíamos compartido más de un año entre las paredes de un aula. Estábamos en nuestra primera salida de campo, a más de seis horas de casa, no compartimos cuarto, pero aùn asì, éramos un grupo o al menos eso pensaba ella hasta cuando se sintió vulnerable y fue acosada por un hombre, con poder, respaldado por una institución y validado luego por otros, entre ellos yo.

Me di un derecho que no me pertenecía.  

Ante todo el revuelo de una noche intensa para todos por las emociones surgidas, en mi desestructurada mente que había normalizado y justificado los abusos culpando a la mujer por el delito del que había sido víctima. 

A la mañana siguiente en el autobús de camino a casa, sentada dando la espalda a la ventana, me apropìe de una “verdad” y sin vergüenza creí ser sabia y poderosa. Le dije, entre muchas cosas que, mi remordimiento prefirió olvidar un tiempo después para no torturarse, me cito a mi misma: “Es que parce, el hombre llega hasta donde la mujer lo permite y usted le dio confianza” una frase que se clavò en mí. 

Mientras salían de mi boca, ignorante y repitiendo frases que había escuchado en mi entorno en otras ocasiones y como si fuera justificable la situación por la que había pasado en un lugar lejos de su espacio seguro y sola. Que en realidad no debía pasar en ninguna circunstancia. 

Mis sombras intentaban tapar lo iluminada que ella estaba: a nuestra corta edad ya habìa levantado la voz, ya sabìa que lo que pasaba estaba mal. No sé si para ella mis palabras fueron importantes. Espero que las haya dejado pasar sin resonancia, que sus odios no las hayan escuchado y que su corazón no las haya procesado.

De mì, quizás querìa ser protagonista de una historia que no era la mìa, en la que estaba mal ubicada, y sobretodo lo mucho que me arrepentì luego en mi proceso, cuando callé porque no las quería escuchar, porque me repetí que la vida es un boomerang y me estaba devolviendo a gritos lo que un dìa con orgullo, dije. 

Con los años aùn me hace eco la decepciòn de mi misma, cuando entendí que mi sistema de creencias eran turbio y que solo tengo el derecho de opinar y creer bajo el cielo que yo camino. 

Cada vez que miro por la ventana, pienso en lo diferente que se ve todo desde un cristal que nos da una ilusión de realidad por su cercanía con el entorno. Pero cuando llueve, aunque veas el agua caer o chocar con el cristal, es solo cuando lo abres que respiras y sientes un poco de lo que es realmente real. Aun así, esa «realidad» depende de quién camine bajo ella.

A pesar de que el aprendizaje ha sido claro, la humanidad es compleja. Nuestras creencias, buenas o malas, son hablantes. Así que, muchas otras veces, he juzgado con la ventana cerrada, y la vida la ha abierto, incluso me ha bajado para que la viva.

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